Decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. Si lo parafraseamos se podría decir que los partidos de fútbol son lo mismo, nunca sabes como te van a salir. Lo que es innegable es que los aficionados siempre los afrontamos desde el optimismo más puro y subjetivo. Y claro, luego nos damos los sofocones que nos damos.
El bombón que el martes nos presentaron parecía a priori uno trufado de ambrosía. Con olor elitista (es champions), suave al paladar (el Auxerre nos parecía como la amiga de Benzemá, joven y complaciente) y dulce y espeso, capaz de borrar cualquier aroma anterior.
Pero no. El bombón se transmutó en trozo de cartílago, reseco, difícil de masticar, estropajoso y que nos volvió a dejar ese sabor indefinido de partidos atrás. Cierto es que se controló casi siempre el juego y el partido, que se ganó sin demasiado sufrimiento, aunque vimos a Casillas más activo de lo que acostumbra últimamente, y que se ganó. Que es lo que cuenta. Pero el equipo volvió a dejar a sus aficionados en ese desconsuelo árido de, si no belleza, si al menos de lucimiento y armonía.
Todo se resolvía con una alarmante lentitud, con una trabazón molesta en el centro del campo y una absoluta falta de movilidad y acierto de la delantera. Higuaín volvió a desaprovechar sus escasas oportunidades, aunque claras y Cristiano está temiendo que salga aquel loco de Pepe el Brujo diciendo que todo esto es fruto de un trabajo suyo. No le sale nada. Y ni él ni los demás podemos explicarlo.
Y al final Di María, ese futbolista con más pinta de ciclista escalador de los Lagos de Covadonga, nos sacó del atasco. Se mostró percutidor, voluntarioso y argentino en su mejor acepción, luchador, valiente y competidor. Y mostró a los escépticos, entre los que me incluyo, que Mou sabe lo que se hace al preferirlo a David Silva.
Quiero, para terminar, hacer un inciso sobre la campaña de acoso, derribo, sacrificio y exaltación en la cruz que le están preparando a Mourinho. Yo entiendo que el que va a comprar sardinas se deberá de sorprender si le dan pulpo. Si le dan sardinas es lo normal, es lo que ha pedido y ha comprado.
Sobre las críticas, sigo en mis trece, no las entiendo, si vienen de Barcelona, vale, es lo normal, pero de periodistas de Madrid que se frotaban las manos cuando supieron el filón que les llegaba, es el colmo de la hipocresía. Se lamentan de un señor que les facilita, día si y otro también, llenar la mitad de sus páginas, la mitad de sus programas sesudos de análisis y comentarios de radio y televisión. No lo entiendo, la verdad. Si miraran por su negocio, sus crónicas y titulares no deberían de bajar de: “Mou es Diós” o “Desfile militar” o “Este Madrid es el mejor de la historia”. Todos sabríamos que es mentira, pero su obligación es mantener esta mina de oro per seculam seculorum.
El bombón que el martes nos presentaron parecía a priori uno trufado de ambrosía. Con olor elitista (es champions), suave al paladar (el Auxerre nos parecía como la amiga de Benzemá, joven y complaciente) y dulce y espeso, capaz de borrar cualquier aroma anterior.
Pero no. El bombón se transmutó en trozo de cartílago, reseco, difícil de masticar, estropajoso y que nos volvió a dejar ese sabor indefinido de partidos atrás. Cierto es que se controló casi siempre el juego y el partido, que se ganó sin demasiado sufrimiento, aunque vimos a Casillas más activo de lo que acostumbra últimamente, y que se ganó. Que es lo que cuenta. Pero el equipo volvió a dejar a sus aficionados en ese desconsuelo árido de, si no belleza, si al menos de lucimiento y armonía.
Todo se resolvía con una alarmante lentitud, con una trabazón molesta en el centro del campo y una absoluta falta de movilidad y acierto de la delantera. Higuaín volvió a desaprovechar sus escasas oportunidades, aunque claras y Cristiano está temiendo que salga aquel loco de Pepe el Brujo diciendo que todo esto es fruto de un trabajo suyo. No le sale nada. Y ni él ni los demás podemos explicarlo.
Y al final Di María, ese futbolista con más pinta de ciclista escalador de los Lagos de Covadonga, nos sacó del atasco. Se mostró percutidor, voluntarioso y argentino en su mejor acepción, luchador, valiente y competidor. Y mostró a los escépticos, entre los que me incluyo, que Mou sabe lo que se hace al preferirlo a David Silva.
Quiero, para terminar, hacer un inciso sobre la campaña de acoso, derribo, sacrificio y exaltación en la cruz que le están preparando a Mourinho. Yo entiendo que el que va a comprar sardinas se deberá de sorprender si le dan pulpo. Si le dan sardinas es lo normal, es lo que ha pedido y ha comprado.
Sobre las críticas, sigo en mis trece, no las entiendo, si vienen de Barcelona, vale, es lo normal, pero de periodistas de Madrid que se frotaban las manos cuando supieron el filón que les llegaba, es el colmo de la hipocresía. Se lamentan de un señor que les facilita, día si y otro también, llenar la mitad de sus páginas, la mitad de sus programas sesudos de análisis y comentarios de radio y televisión. No lo entiendo, la verdad. Si miraran por su negocio, sus crónicas y titulares no deberían de bajar de: “Mou es Diós” o “Desfile militar” o “Este Madrid es el mejor de la historia”. Todos sabríamos que es mentira, pero su obligación es mantener esta mina de oro per seculam seculorum.
Y si son los madridistas los que se quejan, y hoy dicen que con Pellegrini jugaban mejor, y echan cuentas de como iban a estas alturas, que si churras, que si merinas, insisto, para mí cuando lleguen Reyes hablamos, hasta entonces día a día. Si te gusta bravo, si no, ajos y agua. A joderse y aguantarse quiero decir.
Paciencia resistente e impenetrable a la crítica. Esa sería mi receta. Para todos, todos, que diría aquel.